El ascensor de Jacob (2)

                             Dos

   Los demás acontecimientos de aquel día en la vida de Jacob bien habrían podido ser calificados de ordinarios de no haber sido precisamente por aquel encuentro. Todo adquirió un tinte misterioso y problemático tras la visita del cliente de la Gracia en funda de almohada. Cada nuevo cliente, cada tarea y cada imprevisto, una vez resueltos, parecían llevar una etiqueta suplementaria que dijera “pero aún te queda resolver lo imposible”. Así que a ratos perdidos –o más bien ganados- se dedicaba a investigar cómo conseguir aquella dichosa Gracia. Hubiera sido milagroso que sus compañeros guardaran alguna unidad del producto en las ubicaciones del meta-almacén, allá en el Sótano 1 del propio local. Preguntó a Josef y Samuel por si acaso y el milagro se esfumó en ambos en forma de encogimiento de hombros, doblamiento de codos y alzamiento de las palmas de las manos. “¿Y ya lo has bucado bien en la KABEZA?”. Jacob agradeció el interés pero no se molestó en contestar a eso, sino que se puso con otra ocupación y, en el siguiente rato ganado, contactó con la sucursal de El Almacén más cercana para que a su vez comprobaran si guardaban milagrosamente alguna Gracia en sus sótanos. El compañero que le atendió al otro lado del teléfono después de quitarle la ilusión a Jacob se permitió una improvisación así: “Bueno, normal que lo hayan descatalogado, se vendía fatal y eran de un gusto muy dudoso esas Gracias en funda de almohada. Las unidades que quedaban se fueron reciclando, realmente hubiera sido un milagro encontrar alguna a estas alturas. Mira, igual elaboraron con ellas Milagro en funda de almohada… ¿no le interesará eso a tú cliente ricachón?”. Pero aquel tipo de la otra sucursal no tuvo oportunidad de que su risa fuera escuchada por Jacob, que había colgado ya sin despedirse. A lo largo del día hizo varios intentos más por localizar la Gracia, pero aquella jornada se fue consumiendo sin avances. El sueño de Jacob aquella noche volvió a ser incómodo, pero no llegó a recordar de ese sueño más detalles que la risa socarrona del compañero que sustituía Milagro por Gracia.

   Sin embargo, la mofa telefónica sobre el reciclaje de artículos no carecía de fundamento en el particular mundo de productos distribuidos en El Almacén. Estaba claro que no existía algo como “Milagro en Funda de Almohada”, el milagro no se fabricaba y por eso mismo se reía aquel vendedor con su propia ocurrencia, pero sí que se reutilizaban los restos de artículos retirados por diferentes motivos. Se podría decir incluso que el reciclaje, la separación, mezcla y nueva fusión de materiales, era la base de la producción. O de la creación, si queremos ser espléndidos no sólo con los productores sino también con los que se dicen creadores. Aunque bien es cierto que hay creadores más modestos en sus pretensiones que no exigen ser llamados así, sino tan sólo creativos. Pero en ambos casos se sienten bien orgullosos de lo que dicen crear y, salvo casos de endiosamiento artístico, no se atreven a llamarlo sus “criaturas” sino sus creaciones. En el reducido ámbito del El Almacén, tan sólo un hombre reflejaba con alegre pasión su labor en esto de producir y "crear", Leucós el Ensamblador.

   Cuando Jacob acudió a ver a Leucós habían pasado dos días desde la visita de El Caballero. En ese tiempo había tramitado a la desesperada un pedido del artículo descatalogado a través de LUISMA, un comprador mayorista de últimas unidades. La probabilidad de recibir respuesta era remota, además de cara. Asimismo, tras ver que existía una unidad de Gracia en funda de almohada a El Almacén de Las Pedroñeras, la solicitó por valija convencional aun sin haber podido confirmar con la sucursal que aquella unidad era algo más que un número en el sistema. La solicitud era un trámite algo engorroso a nivel administrativo y se hizo a ciegas, pero Jacob debía usar cada uno de sus recursos. También por eso tomó el ascensor hasta el Sótano 3 para hablar con Leucós el ensamblador. Al fondo de la sala amplia de ensamblaje y parapetado por cientos de ingredientes, aquel hombre alto y corpulento, de pelo negro y ensortijado, de voz profunda y mirada enigmática se afanaba en su pasión. En aquel momento le cautivaba la recuperación de una Templanza en tapete para mesa rural circular con brasero. Enfrascado siempre en su labor, Leucós sin embargo atendía con gusto a quienes de cuando en cuando bajaban a consultarle dudas más o menos técnicas o, como ahora Jacob, le pedían casi imposibles soluciones para sus urgencias del día a día. Lejos de perturbarle, esas consultas eran como distracciones en el mejor sentido, como echar un pequeño trago de agua fresca para seguir pasando el plato principal con apetito.


   -Claro, tú quieres la Gracia pero no la que suele venir en funda achatada y con textura de relieve sino las otras ¿no?

   -Exacto: extensa y de textura refinada.


   Impresionaba cómo aquel tipo almacenaba los datos de tantos productos y los recuperaba con la misma facilidad e inmediatez con que, por ejemplo, otro empleado de El Almacén tomaba ese mismo artículo de su correspondiente estantería. Pero esta Gracia quizá no se almacenaba ya en muchos más lugares que no fueran la cabeza de Leucós. Y en el sistema. Entonces Jacob recordó la frase atribuida al maestro Anaxágoras de Clazomene: “los hombres y las mujeres piensan porque tienen manos”. Sólo de la cabeza y de las manos de Leucós podría recrearse una nueva Gracia en Funda de Almohada.


   -¿Color?

   -Sombra húmeda de ciprés-

   -Ufff, qué especialito el cliente ¿no? Esas ya no vienen hace unos meses ¿lo sabes?

   La cara de Jacob bastaba para responder a eso.

   -Bueno, textura refinada tengo ahí guardada para aburrir. Igual con Gracia separada de los colchones que vinieron tocados en la última partida… Tengo que mirártelo. Lo único el color, va a ser complicado que coincida para conseguir un sombra húmeda de ciprés. Si me dijeras un color taza-de-café-olvidada-en-el-despacho, un sangre-horchata-de-chufa o un viento-brasas-y-ceniza-en-la-chimenea… pues son más fáciles de obtener.

   -¿Y entonces?

   -Hombre, se le puede aproximar bastante la tonalidad y luego le puedes decir al señor que existen unos tintes especiales para funda de almohada.

   -¿Tintes? Pero no desteñirá los sueños.

   -Hombre, no te voy a engañar, casos se han dado. Tú ten en cuenta que no es un producto que distribuya El Almacén y la compatibilidad no se garantiza al cien por cien. Algo destiñen por fuerza. Pero tampoco tiene por qué transformarte los sueños en pesadillas; lo único, en este caso imagino que los sueños no tendrán tanta Gracia. Yo en lugar del cliente preferiría sacrificar el color y quedarme con la Gracia en los sueños, pero eso ya va en gustos. Una vez recuerdo que vendimos una Dicha en colcha de camastro, el cliente se empeñó en teñirla para que le hiciera juego con los visillos y, aunque tal vez se diluyó un poco la Dicha por efecto del tinte, el cliente fue dichoso gracias a que todo conjuntaba. Como ves, todo es relativo. ¿Te intento sacar una funda y así probamos?


   Como Jacob asintió, se puso Leucós a buscar los ingredientes por cajones y portezuelas, dejando provisionalmente aparcada la tarea que tenía pendiente con la Templanza para mesa con brasero. Cada vez que Leucós emprendía una Recreación el ritual era el mismo. Jacob había tenido el placer de verlo en varias ocasiones y además era algo bastante comentado en El Almacén. El enorme ensamblador iniciaba un breve preludio de búsqueda de ingredientes, oteaba sus cajones y archivadores murmurando, casi canturreando: “¿Dónde estás, corazón?”. Abría y cerraba cajones, medía, pesaba, comparaba, todo ello a ojo de buen cubero y sin más herramientas que sus gigantescas manos y sus ojos revestidos con unas negras gafas de pasta gruesa. Sus movimientos tenían la dedicación de un artesano, mimando o castigando cada pieza según conviniera, pero no trabajaba en el silencio de un ermitaño, sino que jovialmente iba comentando o sencillamente retransmitiendo lo que hacía. “¿Ves cómo aquí la urdimbre se trama con más dificultad con la Gracia? Eso es porque estoy usando la Gracia separada de las fundas de colchón. Y en los colchones viene la Gracia algo más tosca que para las almohadas, es natural, el tacto debe de ser otro. Pero eso se puede disimular un poco con vapor de azahar e hilvanando los bordes con un poco de hilo argentino”. Jacob lo miraba y lo escuchaba con admiración. Pocos espectáculos hay tan gratificantes como contemplar a una persona disfrutando de su trabajo. Sin embargo, algo le decía que aquel simulacro o Frankenstein de Gracia en Funda de Almohada no habría de satisfacer las necesidades de El Caballero.
(...)

Jesús Megía López-Mingo
Febrero 2012






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