El ascensor de Jacob (3)

                                     Tres
 
   Pasó más de una semana desde la recreación de Leucós y aún no había muchos indicios de que fuera a cumplirse la promesa que Jacob había lanzado a El Caballero casi desde el orgullo y la vergüenza. Aunque el tiempo no se había pactado en aquel compromiso y el cliente tampoco había exigido un plazo concreto, habían transcurrido ya diez días y Jacob creyó oportuno informarle telefónicamente de que por supuesto las gestiones de búsqueda de la Gracia en funda de almohada seguían. Pero la voz de El Caballero sonó seca y con prisas: “De acuerdo, no puedo dedicarle ahora tiempo. Esta tarde acudirá mi Escudero a El Almacén y usted ya le explica lo que quiera”. Pero de parte del cliente aquella tarde no vino a la tienda el tal Escudero. Sí se presentó en cambio una muchacha veinteañera, de pelo largo y moreno, que por casualidad plantó su figura decidida y resuelta ante la persona de Jacob y le preguntó: “¿Puedo hablar con Jacob, por favor?”. Algo de aquella chica debió de activar en ese instante la tecla “STOP” o “HOLD” de Jacob, tal vez la brutal belleza de sus ojos que ya sonreían sin necesidad de que su boca sensual los acompañara. El caso es que al quedar Jacob imposibilitado por unos segundos de las funciones del habla, de la motricidad y aún casi de la respiración, el que respondiera a la chica tuvo que ser Samuel que andaba por allí cerca:

   -Desde luego que puedes, ya lo estás haciendo de hecho. O a punto de hacer… -ayudó Samuel impaciente mientras reponía en su balda Pasión en Bufandas de Otoño.

   -Ah, así que eres tú –dijo la encantadora morena dedicando ahora su sonrisa a Samuel.

   -No, pero si mi compañero tarda un poco más en reactivarse puedo transformarme en Jacob, que es él –y el dedo índice de Samuel marcó la dirección hacia donde habían dirigirse los encantos de aquella criatura, incluida especialmente su celestial mirada.

   -Ah, entonces eres tú…

   -Buenos días, yo soy Jacob ¿en qué puedo ayudarle? –y el arrepentimiento llegó antes de pronunciar la última sílaba, porque no sabía el motivo de haber saludado tan ceremoniosamente, de haber dicho “yo soy Jacob” como obligado a reivindicarse a sí mismo, de haber usado una fórmula tan encorsetada de atención al cliente y, sobre todo, de haber llamado de usted a aquel ángel que sin duda era algo más joven que él.    Pero dentro del arrepentimiento, se sintió aliviado de haber roto su silencio y bastante animado por vencer una vez más la timidez que marcaba su carácter.

   -Buenos días… me llamo Ángela. Vengo porque tenemos encargadas unas fundas de almohada y creo que esta mañana has llamado para avisarnos de que ya las habéis recibido ¿verdad?

   De nuevo Jacob no reaccionó enseguida. Pero esta vez a la impresión arrebatadora de la belleza se sumaba el desconcierto por aquella premisa falsa que la muchacha pretendía introducir, si bien con interrogantes, como verdad. Y eso fue justamente lo que detonó su salida del ensimismamiento. Aunque poco a poco.

   -Bien, supongo que se refiere usted al encargo de El Caballero…

   -Sí, él es mi padre.

   Jacob venció el titubeo y se esforzó por esfumar de su imaginación qué le habría contado El Caballero a su hija en relación a su persona y a aquel extraño encuentro de hace diez días. Y retomó la conversación:

   -¿Entonces les hemos llamado para avisarles de que ya están disponibles las fundas? Ojalá fuera verdad. Pero sencillamente le llamé yo esta mañana para mantenerle informado de que continuamos con las gestiones y de que con la mayor brevedad posible les volveremos a llamar… -observó que la chica no perdía ese milagro natural que era su sonrisa, de lo que dedujo que su “premisa falsa” había sido tal vez una estrategia de cliente impaciente y astuto. Vaya, cuánta hermosura e inteligencia juntas.

   -Vale. Nos volveréis a llamar… ¿para avisarnos de que ya están las fundas aquí?

   -Eso espero. Hoy le he llamado sólo para informarle de en qué punto del proceso estamos, lo que viene siendo un follow-up.

   -¿Un qué?

   -Nada, cosas mías. Era sólo para informarle… -de nuevo titubeaba, cosa impropia en él.

   -Sí, informarme… “de en qué punto del proceso estamos” –repitió Ángela sonriendo y su sonrisa se hizo risa y con ello ascendió Jacob a los salones del décimo cielo o Empíreo, su dicha trascendió toda dulzura y lamentablemente a continuación tuvo que bajar ya a la mundana región de El Almacén, donde por suerte quedaba algo de éter en el rostro material y temporal de la hija de El Caballero que, tras la fugaz excursión del vendedor por los cielos, seguía riendo como el ángel más inocente de toda la plantilla de Dios.

   -Efectivamente –dijo Jacob- ese es el follow-up.

   -Vale, ¿y exactamente en qué punto del proceso estamos ahora según el follow-up? –la chica se divertía a rabiar con Jacob, aunque no fuera la intención de éste. Pero gracias a la simpatía de Ángela, también él se relajó por fin.

   -Pues estamos en el punto… en que se han realizado dos pedidos.

   -¿Dos pedidos nada menos?

   Si esta criatura seguía riéndose de aquella manera, al alma de Jacob le iban a brotar un par de alas que le hicieran fugarse de la cárcel del cuerpo para irse planeando hacia el mundo de las Esencias, como narró un sabio anti-poetas.

   -Sí, sí, dos pedidos. Y una recreación.

   -¿Una qué, perdona?

   -Una recreación. La hizo nuestro ensamblador, Leucós.

   -Me tienes que explicar detenidamente qué es eso de la recreación y quién es Leucós. ¿Y dices que has hecho dos pedidos?

   -Sí, uno a El Almacén de Las Pedroñeras y otro a LUISMA.

   -Toma ya! ¿Y se puede saber quién ese ese? ¿otro ensamblador vuestro?

   -No, LUISMA es el nombre de una empresa proveedora de mercancía descatalogada.

   -Ah, qué curioso. ¿Y cómo ves tú que van esos pedidos? ¿en qué punto del proceso están? -ella frunció el ceño cómicamente; todo le parecía gracioso y peculiar a aquella muchacha y, en esa medida, los rincones grises de El Almacén y del mundo en general se tornaban también para Jacob en pequeños jardines salvajes pendientes de ser explorados de la mano de aquella joven mensajera.

   -Bueno, no te puedo mentir –el paso al tuteo no resultó tan abrupto-, el pedido a LUISMA es algo complejo…

   -¿Nos podemos ir olvidando del éxito de ese pedido? –y por un momento pareció ponerse seria.

   -En fin, olvidarse de LUISMA no es tampoco aconsejable…

   -Bueno, pues no nos olvidemos de él, estoy segura de que le harás el folow-up fenomenal! –con esta última carcajada de Ángela, sintió Jacob que las suelas de sus zapatos comenzaban a flotar a varios centímetros de las baldosas grises del suelo de aquel ordenadísimo recinto en el que concretamente él ya estaba descolocado por completo.

   -Claro, claro… y en cuanto al pedido a Las Pedroñeras, te cuento…

   -¿Sí? -Esta mañana me han confirmado que allí disponen de exactamente dos unidades de Gracia en Funda de Almohada.

   -Las que necesitamos precisamente, eso está muy bien ¿no?

   Ese tono ingenuo de Ángela conservaba de alguna manera y aunque parezca paradójico, el estilo mafioso que su padre había exhibido diez días antes. Jacob creyó que esas palabras de la chica aparentaban no tener malicia y, sin embargo, dejaban resonar un inquietante “nos vamos entendiendo”. Y aquella reflexión le vino bien para dejar de levitar estúpidamente. Recordó en ese momento la letra de una bonita canción:

...y he sabido que no eres diosa o diablo, sólo una mujer de carne y hueso

  Así que tomó las riendas de la conversación con comodidad y decisión, proponiéndose no caer de nuevo:

   -Sí, es perfecto. Pero de momento no te puedo facilitar más información. El pedido se ha hecho junto con más mercancía que necesitamos transportar desde ese Almacén y en aproximadamente otros diez o doce días lo tengamos ya todo aquí.

   -Vale –ella percibió que algo le había enfriado de repente al vendedor, pero eso no cambió mucho su natural simpatía-. ¿Y me puedes contar algo acerca de esa “recreación” que has mencionado antes?

   -Por supuesto, se trata de un proceso de reciclaje y mezcla que… -y respiró antes de continuar, porque ya el amor se empeñaba en traspasarle de nuevo desde la cuarta costilla hasta la vértebras lumbares- …que tiene como objetivo recrear un original concreto, digamos tu Gracia en funda de almohada, a partir de elementos o principios esenciales de otros artículos –dijo secamente, a lo que siguió un silencio de  cuatros segundos y ochenta y seis centésimas.

   -Tengo una pregunta…

   -¿Sí?

   -¿Cómo has sabido que la Gracia era para mí?

   -Ah, no lo sabía…

   -Sí, pero has dicho “tu gracia” ¿cómo sabías que eran para mí las almohadas?

   -Yo… me acabo de enterar ahora que me lo dices. Dije “tu gracia” porque has venido tú hoy a preguntarme, no porque supiera que era para ti –Jacob se sintió un poco raro.

   -Me parece muy bien, porque no son para mí las almohadas, son para mi madre –dijo Ángela sonriendo de nuevo, empujando una vez más hacia el abismo el vagón de montaña rusa que era Jacob.

   -Si me permites el comentario, me parecía muy extraño que la Gracia fuera para un encargo para ti.

   -Ah, ¿sí? ¿y se puede saber por qué?

   -¿Y se puede saber por qué lo preguntas? Sabes de sobra la respuesta ¿verdad?.

   Ahora era ella quien se quedó de momento sin palabras. Pero a ella siempre le salía espontáneo su mejor recurso y los cielos volvieron a abrirse ante Jacob en forma de sonrisa. De allí mismo sacó él la inspiración para bordar aquella maniobra y sin querer le salió con su mejor encanto:

   -Te propongo algo. Ahora tengo unas cosas pendientes aquí en El Almacén, pero si vuelves mañana a esta misma hora te mostraré tranquilamente cómo es una recreación de Esencias.

   -Mañana a la misma hora.



                             Cuatro

   Gracias al encuentro entre Jacob y Ángela por la tarde, algo muy curioso se propició aquella noche . Mientras ella en casa relataba a su padre la visita a El Almacén, el vendedor volvió a soñar con aquella escalera apoyada en tierra y cuya cima tocaba los cielos. Sin embargo, en esta ocasión la pesadilla se tornó en dulce sueño. O al menos agridulce. De nuevo vio subir y bajar por aquella escalera a individuos de diferente estofa, pero esta vez Jacob puso tanto empeño por subir por la escalera que esta se convirtió de improviso en nada menos que un gran ascensor, con ese arte de improvisada trasfiguración que sólo caracteriza a los sueños. Aquella facilidad, como es normal, le alegró mucho pero en su corazón se mezclaban el deseo y el temor. «¡Qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!». La puerta del ascensor se abrió y Jacob vio que desde dentro un ángel de belleza singular le invitaba a subir con una sonrisa pura y sin sombras. Se despertó sin recordar si había llegado a entrar al ascensor, que es lo mismo que no haber entrado. "¿Y qué importa eso, si no me ha sucedido realmente?". Pero la verdad es que a todos nos ha importado alguna vez un sueño.

   Ya entrada la mañana, le llegó la noticia de que en la valija diaria había llegado un pedido desde Las Pedroñeras. Esto le llamó la atención, aunque era algo pronto para recibir las fundas de almohada que él había pedido recientemente. Tras preguntar a Josef y comprobar por sí mismo el albarán, resultaba que efectivamente habían llegado las fundas gracias a que se había tramitado como un pedido urgente. Sin embargo, ni Josef ni ninguno de sus cuatro compañeros sabían exactamente dónde estaba ahora la mercancía de la valija, aunque quien más y quien menos la habían visto en algún momento, siquiera fugazmente. Jacob la buscó a conciencia por todo El Almacén e indagó con unos y con otros reconstruyendo su recorrido desde su recepción. Lilit, quien primero la había visto, afirmó que había sido ella la que firmó el albarán y la que guardó todo el pedido en la despensa, como es habitual para que luego se tramitara. Jonás reconoció que estuvo en la despensa y que había dado salida a dos de los artículos del pedido -una Fidelidad en albornoz de hombre y un Alivio en funda de puff- y que efectivamente había visto las dos Gracias en funda de almohada y no las había siquiera tocado. Nicasio reconoció que sobre las 10:15 había cogido las almohadas, pero con su acostumbrada sencillez se justificó: "Como estaban descatalogadas y no sabía donde iban, las llevé al Sótano 4". Con esa noticia Jacob se apresuró hacia el ascensor; es comprensible que al abrirse la puerta él esperara encantarse un ángel de sonrisa deslumbrante, pero en su lugar allí se mostró el bueno de Katharós, que era también una aparición agradable por mucho que no colmara las ilusiones de Jacob. Diferencias estéticas aparte, ese encuentro en el ascensor habría de ser determinante para las desventurada aventura de Jacob en su búsqueda de la Gracia, pues casualmente Katharós sí que sabía del paradero de las fundas de almohadas.

   Katharós, de carácter afable y hedonista en el sentido menos frívolo, se encargaba de coordinar la recuperación de productos retornados, o con el embalaje abierto o en alguna medida tocados, pero no hundidos. Precisamente subía de la planta -3, donde había dejado a Leucós diez cajas de Entusiasmo en medias de rejilla defectuosas, para que separase y los aprovechable para futuras recreaciones. Al toparse con él cuando iba a salir del ascensor, Jacob le empujó graciosa pero firmemente de nuevo al interior:

   -Tú puedes y debes ayudarme.

   -Ya me dirás...

   -Según Nicasio, hay un par de fundas de almohada en la -4...

   -¿De qué esencia?

   -Gracia...

   -¿Color Sombra Húmeda de Ciprés?

   -Premio!

   -Pues... sin premio!

   -¿Qué?

   -Han estado... pero ya no.

   -¿Cómo?

   -Descatalogadas, tenemos Gracia en la -3 para parar un tren, poco espacio...

   -¿Las has tirado a la basura?

   -Jacob, esa pregunta es demasiado larga y redundante. Y su respuesta es corta y rotunda...

   -¿No?

   -Sí

   -¿Si que no?

   -No: no que sí. Lo siento.

   -¿Tan rápido?

   -A veces tardo menos incluso.

   -Por favor, no te recrees. ¿Sabes de dónde venían esas fundas que has tirado a la basura y lo que supone eso?

   -No, pero estoy seguro que me vas a ilustrar de inmediato.

   -De Las Pedroñeras!

   -Oh! Buenos ajos.

   -Sí, morados concretamente. Pero vamos al ajo que me interesa: esas que has tirado eran probablemente las últimas fundas de su género y especie! Y no están descatalogadas... de hecho eran para un cliente que las ha visto en el Katálogo.

   -Pues en la KABEZA ponía...

   -Sí, ya sé lo que ponía: SIN STOCK, SIN CONTINUIDAD, SIN ALTERNATIVA. Pero deberían haber quedado hasta el próximo mes de julio.

   -Lo siento, Jacob. ¿Y por qué narices me las ha bajado Nicasio?

   -Por lo mismo que las has tirado tú: por dar por supuesto ¿te das cuenta?

   -Por supuesto... que no. ¿Qué he dado por supuesto? ¿Y por qué no nos habíais avisado de esto antes para evitarlo?

   -Perdona, Katharós, tienes razón. Resulta que el pedido ha llegado de improviso esta mañana, mezclado con otras cosas y tal vez no ponía ni mi nombre en la caja. Tú sólo has resuelto algo de manera eficaz -Jacob veía aquello como una catástrofe negra como el traje que lucía de El Caballero el día que vino a comprometerle.

   -Vamos, vamos, arriba los corazones. Seguro que Leucós puede hacer algo.

   -Ya probé esa opción. No le queda bien la recreación.

   -No me lo puedo creer ¿a Leucós?

   -Sí. No tiene el color.

   -Existen tintes...

   -Por favor, Katharós...

   -¿Por qué tanto interés? ¿para quién es?

   -¿Qué más da? Es un cliente. Bueno, y una clienta también.

   -No me digas... ¿es aquel bombón con la que hablabas ayer por la tarde?

  -Sí ¿y qué pasa?

   -Qué profesional, Jacob...

   -¿Detecto recochineo?

   -Detectas, de-tectas...de eso tampoco andaba mal tampoco.

   -No seas grosero, no te pega.-y eso era totalmente cierto y Katharós está inmediatamente de acuerdo con ello-. Ella vino a ver qué pasaba con el pedido. El encargo lo hizo el padre va a hacer ahora unas dos semanas.

   -Ya. Y la presión la ejerce ella mejor que el padre ¿no?

   -No me seas puñetero y trata de ayudarme. Bueno, si te cuento lo último, igual te caes de espaldas.

   -¿Qué?

   -Que la he invitado esta tarde...

   -¿A un café?

   -A asistir a una recreación de Leucós.

   -¿Qué..? Venga, Jacob, sujétame que me caigo.

   -Como lo oyes.

   -Bueno, pues dime a qué hora vendrá porque no me lo quiero perder.

   -Eh, ya veo que también quieres supervisar el trabajo de Leucós.

   -Sí, sí. El trabajo de Leucós y todo lo que haya que supervisar.

   -Anda, sal ya del ascensor que tienes un peligro...

   -No te preocupes, Jacob, que me van más las morenas interesadas en Gracia para funda de almohada más que un tío que vende humo.

   -Bueno, como ella se entere de que hemos tirado a la basura sus fundas, este asunto sí que no va a tener ninguna Gracia.

   Las risas cómplices de Katharós y Jacob resonaron en aquel ascensor que no había subido ni bajado ningún piso durante esa breve conversación, pero que a la vez se había movido de algún modo hacia la imagen común que ambos tipos tenían de Ángela. Como la que tenía Jacob era algo más completa, le fue haciendo a su compañero un boceto verbal de aquellos ojos y aquella sonrisa que eran las ventanas mismas del cielo una mañana soleada abiertas de para en par para que se ventilase El Almacén. Pero ambos habrían de esperar a la tarde para retomar la ventilación. Y no había apenas tarde en invierno, el sol tras la sobremesa corría a sus biombo de nubes y desde allí se lanzaba al suelo sin otro propósito que estrellarse.
(...)

Jesús Megía López-Mingo



 



                                   

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